viernes, 14 de agosto de 2009

Menorca: Navetas de enterramiento

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La palabra naveta se debe al historiador menorquín Joan Ramis, con quien nos encontraremos muchas veces, y que observó el parecido de estos monumentos líticos con la forma de una nave invertida. La forma no es consecuencia de una decisión premeditada sino de la evolución de los túmulos anteriores en los que se sustituyen las losas verticales por muros que a veces se van juntando progresivamente para permitir un cerramiento de falsa cúpula.

Las navetas, tienen la peculiaridad de ser exclusivamente menorquinas (en Mallorca sólo existen las naviformes o navetas habitacionales) y aparecen a partir del siglo XI a.C. En su cara plana, correspondiente a lo que debería ser la popa de la embarcación, aparece una pequeña puerta adintelada que da acceso a dos cámaras consecutivas separadas por una losa agujereada. Esta losa marca la separación entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos y es una evolución de la losa con agujero existente en las tumbas tipo túmulo. A veces, encima de las cámaras citadas aparece otra elevada cuya función no está muy clara aunque podría ser un osario.


Las navetas eran enterramientos colectivos, correspondientes a una pequeña comunidad; sin embargo, su tamaño nos hace pensar en la posibilidad de que allí sólo se enterraran algunos huesos significativos de los muertos (tal vez los más largos, como supuestos depositarios de los valores religiosos de supervivencia) y no el cadáver completo.

Sin duda, la naveta es el monumento lítico más significativo de Menorca, tanto por su exclusividad como por el trazado perfecto y la belleza mágica de la más conocida de todas ellas, la naveta de es’Tudons. El monumento fue excavado y restaurado en 1965 y su uso funerario quedó corroborado por el hecho de haberse encontrado los restos del enterramiento de más de 50 personas, depositadas en capas de cal y con algunos adornos de bronce.

Historias de gigantes: En aquellos tiempos pasados en que las islas estaban habitadas por gigantes, la isla de Menorca era muy codiciada por la abundancia de caza. En efecto, allí existía una pequeña cabra, llamada myotragus balearicus, muy fácil de cazar y cuya carne, por la que todos suspiraban, tenía un sabor exquisito. Los gigantes de las otras islas intentaban conquistar Menorca pero los gigantes menorquines se defendían lanzando enormes piedras a las que, para darles más fuerza, hacían girar primero sobre sus cabezas sujetas por unas maromas de cuero. Tal era la frecuencia de los ataque a la isla que ya estaban preparados y día tras día iban acumulando las enormes piedras en montones a los que llamaban talaiots. Y así mantenían a raya a sus enemigos.

Cansados los demás gigantes de tan reiterados fracasos, se juntaron para diseñar un plan que les permitiera apoderarse de la isla. Como suele ocurrir en estos casos, se propusieron ideas muy diversas, pero al final convinieron en que la mejor solución seria arrastrar la isla hacia el Sur, hasta que el calor del sol agostara todos los pastos, desapareciera el myotragus y sus defensores se quedaran sin alimento. Tejieron pues formidables velas, de esas que sólo los gigantes pueden tejer, y las montaron sobre enormes barcazas con las que llevar a cabo su tarea.

Sabido es que los gigantes tienen la cabeza muy grande aunque, desgraciadamente, todo es hueso, pues el cerebro apenas alcanza el tamaño de una nuez. No obstante, nuestros gigantes menorquines debían tener una inteligencia algo superior, lo que les permitió espiar a los enemigos y enterarse de sus planes. Cuando se enteraron de lo que se les venía encima, también tuvieron que reunirse para diseñar una buena estrategia defensiva y, tras muchas deliberaciones, parecióles haber encontrado una infalible. Y se pusieron manos a la obra.

Buscaron dos enormes piedras, la una más larga y más puntiaguda, la otra más ancha y más plana y las pegaron ambas con una mezcla de resinas que sólo ellos conocían. Formaron así un inmenso clavo, en forma de chincheta[1] al que llamaron taula que en su lengua quería decir pincho, y tomándolo entre dos de ellos lo clavaron en el suelo hasta que, tras pinchar en el fondo del mar, pudiera sujetar la isla. Probaron luego a empujar con fuerza desde el mar y vieron que ni se movía. Mas, por si acaso, todavía hicieron otras muchas de aquellas fabulosas taulas y siguieron clavando y clavando. Tan segura quedó la isla que cuando llegaron los enemigos con sus barcos para arrastrarla, ellos ni se molestaron en lanzarles piedras y se limitaban a reír ante la desesperación de los atacantes.

Es posible que esa haya sido la historia verdadera, aunque un sesudo profesor al que he tenido ocasión de consultar, me corrigió sonriendo y me aclaró que, en realidad, el claveteado con las chinchetas de piedra se había echo para impedir que los enormes vientos de la tramuntana pudieran arrastrar la isla, con el peligro de que acabara chocando contra la isla de Mallorca. Además, como prueba de su argumentación, me sugirió que mirara con cuidado el mapa de Menorca y vería como estaba ya doblada por los terribles vientos de entonces y a punto de desprenderse, cosa que hice y pude comprobar fehacientemente.

Como ya sabemos, la alimentación básica de los gigantes era la carne, pero tanta comían que el número de las famosas mini cabras fue disminuyendo poco a poco y según se iban extinguiendo las cabras, así también se extinguían los gigantes. Hasta que llegó un momento en que, en toda la isla, sólo quedaron dos hermanos, buenos mozos, y una jovencita frágil y de poca comida (para tratarse de una gigante, claro). Ambos se querían casar con ella y la chica sabía que debía aceptar a uno pues, de lo contrario, la raza de los gigantes se extinguiría. Los dos la cortejaban, y los dos le gustaban y ella no sabía por cual decidirse. Hasta que un día se le ocurrió una idea brillante: Les pediré que cada uno por su cuenta me presenten la forma de salvar nuestra raza, y aquel que sea capaz de encontrar un método satisfactorio y lo ejecute antes, será mi marido. La chica se lo contó a los hermanos, y a ellos les pareció bien.

Aquella noche ninguno de los hermanos pudo conciliar el sueño, pensando y pensando. Y cuando amaneció, cada uno se puso a trabajar afanosamente en llevar a la práctica su invento, pues sólo el que terminara primero tendría compañera. El mayor de los hermanos había decidido hacer una gran barca en la que navegaría con su futura compañera en busca de una nueva isla en que establecerse y donde los myotragus aún no se hubieran extinguido. El menor pensó que lo mejor sería poder regar los campos para que los myotragus tuvieran abundante comida y así tener de qué alimentarse y se puso a hacer un pozo enorme con cuya agua pudiera regar toda la isla. Los dos trabajaban de la mañana a la noche. Uno cavaba sin desmayo, el otro acarreaba piedras e iba formando la barca poco a poco. Los dos estaban celosos del hermano y se observaban con atención: a cada viaje que el mayor daba en busca de una piedra aprovechaba para observar si su hermano obtenía agua... y así vez tras vez, día tras día. Hasta que, de pronto, en uno de sus viajes, sobre el fondo del enorme pozo que su hermano estaba cavando, surgió un gran chorro de agua capaz de regar toda la isla. El pequeño saltó de alegría pero el mayor, lleno de rabia al saber que había perdido, lanzó al pozo la piedra que sostenía enterrando vivo a su hermano. Entonces se dio cuento de lo que había hecho y salió corriendo hacia el mar al que se arrojó desde un gran acantilado... La grandiosa barca quedó sin terminar a falta de una sola piedra. Sus resto se llaman ahora naveta d’es Tudons en recuerdo de los dos hermanos y todavía se puede observar como en lo alto falta la fatídica piedra que sepultó a un hermano, provocó la muerte del otro y acabó con la raza de los gigantes.

Los dos hermanos murieron, y la chica, sola y sin tener con quien hablar acabó por morirse de pena...

Puede que algunos se sorprendan de que nunca se hayan encontrado los huesos gigantescos de aquellos hombres, sin embargo, eso es porque no conocen las costumbres funerarias de los gigantes que, según cuentan las leyendas, gustaban de moler los huesos ya descarnados de sus difuntos en unos enormes molons hasta conseguir un polvo fino y blanquísimo que luego arrojaban al mar. Aquel polvo, microscópico para ellos, son para nosotros arenas y el sitio donde lo arrojaban son ahora las bellas calas que adornan nuestra isla. Por eso no podemos preguntarnos donde están, porque están muy cerca, a veces incluso debajo de nuestras toallas...

Cierto es que la naveta d’es Tudons se ha convertido en el signo distintivo de esta isla, pero en Menorca podemos encontrar otras muchas navetas (en total unas 45, aunque ninguna tan perfecta como ésta) entre las que destacan las de Rafal Rubí, Biniach y Llumena.

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[1] La idea de las chinchetas está tomada de ALBERTO OLMOS. Variaciones sobre una taula. MOTOR&VIAJES/EL MUNDO (15 -1-2000).

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