sábado, 15 de agosto de 2009

La Peste Negra: Conclusión

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Hoy es muy difícil comprender lo que supuso la Peste en la edad media, una enfermedad de la que se desconocía todo salvo que el fin era la muerte. El terror colectivo provocaba situaciones límite, increíbles desde nuestra perspectiva actual, como las matanzas de judíos o los movimientos penitenciales extremos, y sólo cabe pensar en trastornos de la conciencia causados por el pánico ante una situación incontrolada. Muchos tuvieron que poner a prueba sus convicciones religiosas, enfrentadas a sus peores pesadillas, convicciones que se mezclaban a menudo con la magia, el misterio y lo absurdo. Fue como si todos los monstruos de lo irracional salieran a la luz y deambularan por las calles llenas de muerte y terror. El mal tenía que ser ajeno, otros tenían que ser los culpables: aunque los italianos la llamaron Gran Mortalidad, los españoles prefirieron llamarla fiebre marroquí, los marroquíes fiebre de las montañas y muchos europeos pestilencia italiana... nadie la quería como propia.
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La mano de Dios aparecía vengadora y muchos no acertaban a comprender cuales eran esos grandes pecados humanos capaces de merecer tanto mal. Hasta el propio Papa tuvo que declarar que la Peste nada tenía que ver con un castigo directo del Cielo, cosa en la que, sin embargo, insistía el bajo clero... Horror y muerte por todas partes, los mayores actos de heroísmo junto a los comportamientos más cobardes, el padre muerto, el hijo muerto, la esposa muerta... Veinticinco millones de muertos sólo en la vieja Europa, una Europa que nunca volvería a ser la misma, que despoblada y mísera debió crear nuevas estructuras económicas y de poder. Las fincas abandonadas, los pueblos desiertos, la administración desorganizada. Hasta los poderosos señoríos feudales acusaron la debacle y ya no volverían a ser lo mismo. Era el fin de una época. El renacimiento ya estaba ahí.

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