sábado, 15 de agosto de 2009

La Peste Negra: Retornos

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Si bien la primera oleada de Peste duró sólo unos años, la Peste nunca desapareció del todo del panorama europeo y, durante la segunda mitad del siglo XIV, retornó una y otra vez aunque cada vez con una menor virulencia. Poco a poco la Peste se fue extinguiendo y mejorando la esperanza de vida de modo que, según nos cuenta Chalin de Vinario, las cifras evolucionaron así para los sucesivos rebrotes:

1348: enferman 2/3 y no sobrevive ninguno.
1361: enferma la mitad y sobreviven algunos.
1371: enferma 1/10 y muchos mejoran.
1382: enferma 1/20 y la mayoría cura
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Esto nos hace pensar que hacia finales de siglo, los que habían resistido los ataques anteriores de la Peste, estaban prácticamente inmunizados y, o no desarrollaban la enfermedad o lo hacían en una forma muy benigna. La epidemia nunca abandonó del todo Europa y de hecho, entre la gran Peste del siglo XIV y la que invadió Londres en 1665, se contabilizaron otras dieciséis oleadas distintas. Pero esos brotes podían considerarse como menores y, de alguna manera, la gente se había acostumbrado a convivir con la enfermedad. No obstante, en 1665 la Peste reaparece de nuevo y esta vez con tanta virulencia que la cosa fue distinta.

La epidemia había aparecido en Holanda dos años antes y los ingleses, quizás celosos de su salud o quizá de su comercio, pronto cerraron sus puertos a los navíos procedentes de los Países Bajos, mas para comienzos de 1665 la epidemia comenzó a atacar a los barrios más pobres de Londres. Dado que sólo parecía afectar a los más humildes, las autoridades no le dieron demasiada importancia. Sin embargo, ese año se presentó un verano de los mas calurosos que se recuerdan y la Peste, y el pánico, se extendieron de forma incontrolada. La nobleza abandonó rápidamente la ciudad para irse a sus posesiones en el campo, y detrás de ellos se fueron todos los que pudieron permitírselo incluidos médicos y clero que decidieron atender a sus paisanos “desde lejos”. Los caminos que salían de Londres estaban atestados de gente que quería huir, cosa que hicieron hasta que el “Lord Mayor” decidió cerrar las puertas de la ciudad y exigir un certificado de salud a quien quisiera abandonar la misma. Estas “patentes sanitarias” se convirtieron en objeto de compraventa adquiriendo precios inalcanzables salvo para unos pocos.

Hacia mitad del verano la mortalidad había subido hasta alcanzar los mil fallecimientos por día y se comenzó la búsqueda de chivos expiatorios. Los primeros rumores apuntaron a perros y gatos, ordenando el “Mayor” que fueran sacrificados. Según Daniel Defoe, en su Journal of the plague years, 40.000 perros y 200.000 gatos fueron sacrificados. Así, de una sola tacada, quedaban eliminados los principales enemigos de los verdaderos culpables (las ratas) y estas podían expandirse libremente, acompañadas por sus pestíferos inquilinos, las pulgas. Las casas de los pestosos eran selladas durante 40 días y el personal sanitario que había tenido contacto con ellos debía llevar un paño colorado para que el resto de la gente pudiera evitarlos. Incluso las cartas que salían de la ciudad eran desinfectadas, a la manera de la época, antes de continuar a su destino. La epidemia alcanzó su máxima intensidad a finales de verano, comenzando luego un lento decaimiento según las temperaturas iban descendiendo. Llegado Diciembre las muertes habían cesado aunque no fuera hasta Febrero del siguiente año cuando el rey consideró la ciudad suficientemente segura como para regresar a ella. Para entonces habían muerto 68.576 personas según los censos oficiales, aunque la cifra probable quizá se acerque a los 100.000 fallecidos.

Como suele ocurrir siempre, en los momentos de tragedia se ven los casos más llamativos de bajeza humana y cobardía y también de valor y heroísmo. Uno de los casos más destacados de arrojo y generosidad fue el ocurrido con el pueblo de Eyam (en Derbyshire) a donde llegó el contagio como consecuencia de la llegada de una partida de ropa usada procedente de Londres. Los habitantes del pueblo, liderados por su valeroso pastor, decidieron encerrarse en el pueblo sin que saliera nadie para así evitar el contagio de los pueblos vecinos. Su acto le costó la vida a 259 de los 292 habitantes del pueblo, heroicidad que todavía hoy se recuerda y conmemora.

En 1720 la Peste ataca Marsella a cuyo puerto llega en un barco procedente de Levante. Causó una mortalidad de unas 50.000 personas en la propia Marsella (de un total de 100.000) y de casi 120.000 en toda la Provenza.

La Peste volvió a rebrotar en Viena hacia 1768, a donde llegó procedente de Turquía. El doctor Sorbeit, un médico de Viena, informó al gobierno, pero como se celebraba en esos días el cumpleaños del príncipe heredero y todos los preparativos estaban ya hechos, se tomó la decisión de aplazar las medidas y continuar con los festejos. De aquella celebración los embajadores de los distintos países salieron con la Peste encima camino de sus respectivas naciones... y el rey Leopoldo quedó tan aterrado de lo que se había hecho que decidió peregrinar como penitente al santuario de Maringel, a 85 kilómetros de Viena, a donde llevó consigo a Peste, por lo que el doctor Sorbeit la llamó pestis ambulans. [2]

A partir de 1855 la Peste reapareció con fuerza, especialmente en la India y China en donde permaneció con distintas intensidades hasta 1894 y en la que murieron más de doce millones de personas. Fue aquí donde, independientemente, Alexandre Yersin y Shibasaburo Kitasato descubrieron el agente causante de la epidemia. Sin embargo, el modo de transmisión no se descubriría hasta unos años más tarde.

En 1910 hubo un nuevo brote en Manchuria con unas 60.000 muertes, que se repitió en 1920 aunque con menor importancia, y en 1994 hubo otro pequeño episodio en la India como colofón a una situación calamitosa causada por un terremoto. Hoy en día, la Peste sigue siendo endémica en numerosos países como Brasil y Perú en América, Vietnam y Birmania en Asia o Madagascar y Tanzania en África, y lo que es más, se calcula que en los propios Estados Unidos, un 40% de sus roedores (especialmente, ardillas y perritos de las praderas) están infectados con la bacteria de la Peste.
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[1] Raymond Chalin De Vinario estudió medicina en Montpellier, trasladándose luego a Aviñón donde observó y trató la Peste y escribió su famoso libro De Epidemia.
[2] Walter Ledermanm. El hombre y sus epidemias a través de la historia.

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