sábado, 15 de agosto de 2009

La peste en Atenas

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Durante la guerra del Peloponeso, 430 a.C., un agente desconocido mató a la cuarta parte de la población ateniense en menos de cuatro años. La virulencia fue tan alta que imposibilitó su expansión fuera del Ática. De esta peste nos queda el vivo relato hecho por Tucídides en su libro “La Guerra del Peloponeso”:
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Al comienzo del verano los peloponesos y sus aliados invadieron el territorio del Ática y pronto dominaron todo el país. Pocos días después, sobrevino a los atenienses una terrible epidemia… Jamás se había visto en parte alguna azote semejante y víctimas tan numerosas; los médicos nada podían hacer, pues desconocían la naturaleza de la enfermedad y además fueron los primeros en tener contacto con los enfermos y, por tanto, en morir. La ciencia humana se mostró incapaz; en vano se elevaban oraciones en los templos y se dirigía ruegos a los oráculos. Finalmente, todo fue olvidado ante la fuerza de la epidemia…
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En general, el individuo sano se veía súbitamente presa de los siguientes síntomas: primero un fuerte dolor de cabeza; los ojos enrojecidos e inflamados; la lengua y la faringe con aspecto sanguinolento; una respiración entrecortada y un aliento fétido. Seguían luego estornudos y ronquidos. Poco después el dolor se desplazaba al pecho, acompañado de tos violenta; cuando alcanzaba el estómago provocaba náusea y vómitos con regurgitación de bilis… La piel no se mostraba muy caliente ni especialmente lívida, sino más bien enrojecida y llena de erupciones en forma de ampollas o pústulas… Los enfermos permanecían desnudos y sólo deseaban bañarse en agua fría… La mayor parte moría al cabo de siete o nueve días consumidos por el fuego interior…
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Esta enfermedad desconocida castigaba con tal violencia que desconcertaba la naturaleza humana: los pájaros y los animales carnívoros no tocaban los cadáveres a pesar de que la mayoría permanecían insepultos y si alguno osaba tocarlos, caía muerto.
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La descripción realizada por Tucídides es muy importante por ser la primera vez que se justifican los acontecimientos como consecuencia de actos humanos y no meramente como decisiones de los dioses. Al enfrentarse con algo tan desconocido como la peste, renuncia a explicar su etiología y se centra exclusivamente a describirla minuciosa y sistemáticamente con la intención de que, en el futuro, pudiera ser reconocida y tal vez explicada.
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La peste parece que provenía de Etiopia para, vía Egipto, llegar por mar al puerto del Pireo. No obstante, según el mimo Tucídides, fue Atenas quien la sufrió con mayor virulencia. Y es que, Pericles, el mejor estratega ateniense, confiando sobremanera en la capacidad naval de los atenienses y sus aliados, decidió limitar sus enfrentamientos con los peloponesicos en campo abierto y dejar que los campesinos se refugiaran en el interior de las murallas a la espera del desgaste del enemigo. Sin embargo, la enorme aglomeración humana que ello suponía intramuros, era el terreno abonado para la propagación de cualquier epidemia, como así fue. Ello explica también el que, cuando los espartanos llegaron a sitiar la bien defendida ciudad, no fueron contagiados de forma grave.
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La desesperación causada por la peste hizo que la gente se volviera indiferente ante las leyes, tanto humanas como divinas, abandonándose muchos en la autoindulgencia. Tucídides cita expresamente el abandono de los deberes para con los muerto (ritos funerarios), el incumplimiento de las normas cívicas y el aumento de las supersticiones (en especial el recurso a los oráculos).
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Por otra parte, el mismo Tucídides nos recuerda que los enfermos no hubieran recibido ninguna atención si no fuera por aquellos que habiendo sufrido ya la enfermedad se sentían inmunes frente a ella (esto nos indica que en aquella fecha tan temprana ya se tenía perfecta constancia de “contagio” e “inmunidad”.
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La peste de Atenas, a través de la descripción que de ella hizo Tucídides, sirvió para justificar más adelante las doctrinas de Epicuro pues no solo ponía de manifiesto la vulnerabilidad humana sino también la futilidad de la religión y de los dioses.
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Según el propio Tucídides (que padeció y sobrevivió a la peste), ésta mató a 4.400 de los 29.000 hoplitas y a 3.000 de los 12.000 soldados de caballería existentes en el ejército ateniense y las consecuencias son conocidas: Atenas fue derrotada, perdió su preeminencia y perdió a Pericles, su mejor estadista.

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