viernes, 14 de agosto de 2009

Menorca: Magón Barca

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Magón[1] reconstruye su flota[2]: El sol se ocultaba tras los enormes farallones dolomíticos del otro lado del puerto. La luz se había vuelto tornasolada y la brisa fresca de la tarde acariciaba a aquellos hombres de rostros cetrinos, curtidos por el viento y el sol de muchos mares. Sentados frente a frente en la amplia explanada de levante, al lado de las improvisadas atarazanas, ambos grupos de hombres se miraban con desgana. Diríase que llevaban años frente a frente. Y esperaban inmóviles mientras los intérpretes se comunicaban las últimas ofertas: “una mina[3] de plata por cada hondero y treinta shekel por cada soldado o marinero” era lo que ofrecía el representante de Magón; “sesenta shekel por hondero y cuarenta por marinero” pedían los isleños. Ante la falta de acuerdo, cada interprete recorría los escasos veinte pasos que le separaban de los suyos y consultaba, y esperaba a que se preparara una nueva oferta.
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Los famosos honderos menorquinos

De lejos llegaba el sonido áspero de las sierras, el golpeteo de las hachas y las mazas, los gritos broncos de los capataces, el chisporrotear del fuego que calentaba la brea… Cientos de artesanos se afanaban en la preparación de maderos, en su ensamblado exacto, en su impermeabilización, en el tallado de mascarones, en la confección de remos, en el calafateado de los cascos, en el tejido de velas y de cuerdas. Nunca el puerto había estado así. Pero Magón había ordenado completar la flota, nada menos que 30 barcos, y el plazo concluía. Roma esperaba. Iberia estaba perdida y su hermano mayor, el “favorito de Baal”, aguardaba en Italia con su ejército de mil naciones, antes victorioso y ahora menguado y exangüe. Era la última oportunidad para Cartago, y él, muerto su hermano Asdrúbal, debía tomar la iniciativa.

Los isleños analizaban la oferta. No era posible obtener más, y no era posible renunciar al trato. Si no había acuerdo, los cartagineses recurrirían a la fuerza. Cierto es que aquellos hombres, derrotados en Ilipa, perdida Iberia, desesperados, habían buscado ayuda en la vecina Mallorca… y habían sido rechazados; pero Mallorca era poderosa…

Uno de los hombres, quizá el más anciano, sentado justo en el centro del grupo, escuchaba como distraído, la mirada ida, la mente perdida en el tiempo. Recordaba las historias que su padre le contaba, las incursiones de los cazadores de hombres, la quema de cosechas, aquellos silenciosos intercambios en la playa…

“Amanecía. Grandes humaredas comenzaron a elevarse desde los talayots del Sur, desde Gaumés hasta Salord, desde Caçana a Talatí… Naves extranjeras habían sido avistadas hacia el mediodía. Pero el humo era blanco, semitransparente, límpido: no había peligro, eran mercaderes con sus velas rectangulares de franjas rojas y blancas infladas por el viento…

Los isleños se agolpaban en los acantilados observando el majestuoso mar azul, oscuro aquí, turquesa allá, a veces áspero, hoy suave. En cuanto las naves divisaron el amplio arenal que les servía de referencia, tomaron rumbo Este, siguiendo los taludes casi verticales de la costa. Se dirigían al sitio de siempre, a aquel pequeño arenal solitario en lo profundo de los acantilados calizos, donde las aguas dejaban los tonos azules para descomponerse en sutiles matices verde esmeralda, seguramente el sitio más bello de la tierra.

En cuanto llegaron con sus botes a la playa, fueron colocando lentamente sus mercancías sobre la fina arena, perfectamente ordenadas... Y cuando el sol alcanzó su cenit comenzaron a retirarse. Luego, ya en los barcos, encendieron una pequeña fogata cuyo humo blancuzco se elevaba lentamente hacia los cielos. Era la señal. Los isleños comprendieron que podían bajar a inspeccionar, a valorar aquellas mercancías. Había estatuillas egipcias, enormes espadas de bronce, vasos de vidrio de Rodas, ánforas griegas…, vino, aceites y perfumes. Durante toda la tarde estuvieron yendo y viniendo, juntando sus escasas pertenencias, oro y plata.

A la mañana siguiente, antes de que el sol hiciera acto de presencia, habían completado su oferta, colocando todo cuidadosamente al lado de los ansiados productos exóticos. Luego se retiraron a lo alto del cantil para que los mercaderes, que los observaban desde sus barcos, pudieran regresar. Y lo hicieron. Miraron cuidadosamente lo que se les ofrecía, hablaron entre ellos… pero, sin tocar nada, y retornaron a sus barcos. Era necesario aumentar la oferta. Y se buscó más oro, y más plata... y así varias veces hasta que, por fin, los mercaderes vinieron y recogieron todo lo que se les ofrecía, en silencio, para luego embarcar nuevamente, y tomar rumbo Sur, como siempre…”[4]

Se sobresaltó... y se alegró al ver que el intérprete mostraba su mejor cara. Él, como los demás, comprendió que el trato estaba hecho. Faltaba, claro está, hablar de las provisiones, de los víveres que permitirían alimentar a los 15.000 hombres durante la dura travesía que debía llevarlos hasta Liguria, pero todo se haría.

En las improvisadas atarazanas del lado oriental del puerto continuaba el trabajo febril de herreros y carpinteros, de tejedores y cordeleros. Los sonidos rítmicos de las sierras se mezclaban con los golpes secos de las mazas, el aire húmedo de la tarde se calentaba en las fraguas de los herreros y los muchachos que hacían de ayudantes corrían de un lado para otros como llevados por el viento… Enfrente, al otro lado de la rada, el silencio y las sombras escondían el amplio poblado levantado para acoger a tanta gente. Los isleños lo miraban con tristeza. Lo sabían, estaban vendiendo sus entrañas al mismísimo diablo, pero no podían hacer otra cosa… Y aquel grandioso puerto, el mayor puerto del Mundo conocido, ya nunca sería el mismo, se había convertido en el Puerto de Magón.

Mientras tanto, los hermosos bosques de Nura[5] empequeñecían día a día…

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[1] Magón Barca (-243 a -202) era el tercer hijo de Amilcar Barca. Como sus hermanos mayores, Anibal y Asdrúbal, luchó contra los romanos durante la segunda guerra púnica, principalmente en la península Ibérica.
[2] Tras la derrota en Ilipa (-206) y la muerte de su hermano Asdrúbal, Magón Barca se refugió en Menorca para reconstruir su flota y poder cumplir la orden recibida de Cartago: dirigirse a Italia para reforzar la posición de su hermano Anibal. Llegó a Génova en el -205 con 30 naves y 15.000 hombres. Durante tres años luchó en suelo italiano con suerte diversa pero, ante la amenaza romana, tuvo que regresar a la Metrópoli para defenderla de Escipión. Iba herido y murió en la travesía.
[3] Una mina equivalía a 50 shekel, es decir, unos 431 gramos (algo menos de una libra).
[4] "The Carthaginians also say they trade with a race of men who live in a part of Libya beyond the Pillars of Hercules. On reaching this country, they unload their goods, arrange them tidily along the beach, and then, returning to their boats, raise a smoke. Seeing the smoke, the natives come down to the beach, place on the ground a certain quantity of gold in exchange for the goods, and go off again to a distance. The Carthaginians then come ashore and take a look at the gold; if they think it represents a fair price for their wares, they collect it and go away; if, on the other hand, it seems too little, they go back aboard and wait, and the natives come and add to the gold until they are satisfied. There is perfect honesty on both sides; the Carthaginians never touch the gold until it equals in value what they have offered for sale, and the natives never touch the goods until the gold has been taken away." Herodoto de Halicarnaso.
[5] Nombre dado por los fenicios a la isla de Menorca.

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