domingo, 16 de mayo de 2010
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lunes, 17 de agosto de 2009
sábado, 15 de agosto de 2009
La segunda epidemia de cólera: su entrada en Vigo
Cuando los persas i la corte de Teherán se hallaban oprimidos con las conquistas de la Circasia, Mingrelia, Georgia i márgenes del monte Cáucaso por los rusos, estos, a petición de aquella nación, ajustaron la paz, i con la retirada de sus tropas importaron a su país i a toda Europa un enemigo mucho más fatal i poderoso que el que sus armas victoriosas habían combatido. En San Petersburgo aparece la matadora enfermedad que llaman Cólera Morbo, se transmite a Varsovia, i de allí pasa a Berlín, Viena, Londres i Paris, la que llena todos estos países de terror i espanto; i cuando se creyó que en ellos se hubiese extinguido, i que no se trasmitiría a la Península, a mediados de Enero de este año de 1833, la vemos ejercer su mortífero influjo en los barrios bajos del puerto de Vigo.
El ex Emperador del Brasil D. Pedro, reuniendo en Inglaterra aventureros de todas estas naciones infestadas, allí forma i organiza su escuadra i ejército que conduce en trasportes a las inmediaciones de Oporto, para con esta mezcla de naciones heterogéneas, hacer valer los derechos de su hija Doña Maria de la Gloria al trono de Portugal. Limitado D. Pedro a la sola conquista i posesión de Oporto, estando además sitiada esta ciudad por tierra por las tropas i partidarios de D. Miguel, le era indispensable que en una nación vecina i por mar, buscase los medios i recursos necesarios para la subsistencia de se ejército i la de aquel pueblo. Los precios subidos que allí tenían caldos, granos, carnes i otras vituallas, fueron un poderosos aliciente para que los habitantes de Galicia, ya directa ya indirectamente, se entregasen a un tráfico i especulación que tantas i tan crecidas ganancias les reportaban, pues que una gallina que en Galicia les costaba de tres a cuatro reales, allí la vendían por cuarenta, i también por cincuenta.
D. Nazario Eguia, por entonces Capitán General de Galicia, con mano fuerte se opuso a este tráfico, llevándose en ello el doble objeto de hacer perecer de hambre las tropas de D. Pedro i se respetasen las leyes sanitarias; pero desposeído poco tiempo después del mando, todas las leyes conservadoras de nuestras preciosas vidas fueron por entonces conculcadas…
El pueblo de Vigo fue el primero de Galicia que sin rebozo ni temor hace alarde de despreciar las leyes sanitarias. Desde entonces Oporto i Vigo, por sus comunicaciones directas, casi parecían un mismo pueblo…
A principios de Diciembre del año anterior, aparecieron dentro de la Ría de Redondela, al mando del Almirante Sertorius, fragatas, bergantines, goletas, balandras i vapores de guerra que pertenecían al ex Emperador D. Pedro. Aunque la junta de sanidad de Vigo les impuso la cuarentena, esta imposición fue solo pro fórmula, pues, saltando en tierra parte de su tripulación, no hay desorden ni vicio a que no se entregue…
Los cafés, bodegones, tabernas i casas de prostitutas son inundadas de esta chusma brutal, en las que satisfacen sus vicios i pasiones, i de donde salen casi todos embriagados, llegando al extremo de verlos tendidos por las calles lo mismo que si fueran irracionales: estos desórdenes que a todo el mundo tenían escandalizados, fueron llamados por algunos desahogos naturales.
Bien fuese de resultas de la embriaguez, de algún desafió o para robarles, de estas gentes perdidas se vieron heridos, uno muerto i algunos otros casi moribundos tendidos en medio de las calles; i aunque se les veía vomitar i revolcarse en aquellas, todo se atribuía a la borrachera, pues no teniendo en consideración que casi todos estos aventureros procedían de países infestados del cólera, no calcularon, ni menos se hicieron cargo, que parte de estos síntomas son los mismos que clasifican esta espantosa i terrible enfermedad. La escuadra que mandaba Sertorius, después de haber arrojado al agua más de 40 hombres del cólera, así que se le comunicaron órdenes del gobierno español para que abandonase la ría de Vigo, zarpando anclas, da fondo al abrigo de las islas Cias o Palomeras. Desde aquel momento en ellas se construyen casas, barracas, i tiendas de campaña, que habitadas por la gente de este equipaje, se trasforman en una colonia extrajera; donde también hacen escala i descansan las remesas de reclutas, que remiten allí del extranjero para reforzar el ejército de D. Pedro. Esta colonia establece comunicaciones directas i recíprocas con la población de Vigo, i este continuo roce, dio origen a la transmisión i aparición del cólera en el litoral de las inmediaciones de aquella ciudad.
El 20 de Enero de 1833, un médico de Vigo, después de haber observado los síntomas de que vio afectados muchos enfermos, no tuvo inconveniente, ni menos rebozo, en declarar que en este puerto i sus arrabales se había desarrollado el cólera i que el país estaba ya infestado. Así que se divulgó esta infausta nueva, todos sus naturales se alarmaron; pero las autoridades i también los especuladores, procurando evitar que un cordón sanitario viniese a poner término a sus tráficos, convocan una junta de facultativos, i estos por mayoría, dieron el nombre de cólicos producidos por el uso de ostras… Esta declaración calmó la ansiedad general, i desapareciendo el terror i el espanto de entre sus habitantes, todos se entregaron inmediatamente a sus quehaceres.
Esta terrible enfermedad, la trasmite a la ciudad de Pontevedra una mujer que habitaba el barrio del Gorgullón, i se ejercitaba en ir a vender a Vigo tocino, de la que ella i un hijo mueren afectados el 24 de Febrero. Desde esta ciudad se trasmite i vuela a las parroquias i pueblos inmediatos; i generalizándose en todos ellos, sucumben de este azote cien personas.
Mientras que soplaron los vientos Sur i Oeste, el número de enfermos coléricos se aumentaba en una proporción progresiva; pero así que vinieron a reemplazarlos el Norte i Nordeste, la enfermedad empezó a disminuir de tal suerte que el 25 de Marzo había desaparecido enteramente.
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[1] Historia de Pontevedra. Claudio González Zúñiga.
La Peste Negra: Conclusión
Hoy es muy difícil comprender lo que supuso la Peste en la edad media, una enfermedad de la que se desconocía todo salvo que el fin era la muerte. El terror colectivo provocaba situaciones límite, increíbles desde nuestra perspectiva actual, como las matanzas de judíos o los movimientos penitenciales extremos, y sólo cabe pensar en trastornos de la conciencia causados por el pánico ante una situación incontrolada. Muchos tuvieron que poner a prueba sus convicciones religiosas, enfrentadas a sus peores pesadillas, convicciones que se mezclaban a menudo con la magia, el misterio y lo absurdo. Fue como si todos los monstruos de lo irracional salieran a la luz y deambularan por las calles llenas de muerte y terror. El mal tenía que ser ajeno, otros tenían que ser los culpables: aunque los italianos la llamaron Gran Mortalidad, los españoles prefirieron llamarla fiebre marroquí, los marroquíes fiebre de las montañas y muchos europeos pestilencia italiana... nadie la quería como propia.
La Peste Negra Hoy
Las sucesivas oleadas de Peste parecen haber creado en el hombre una cierta adaptación que enlentece el proceso de contagio y hace más difícil la existencia de una epidemia generalizada o pandemia. No obstante el bacilo sigue con nosotros manifestándose continuamente en zonas endémicas como lo es el Sureste de África, Indochina y algunos países de América como Brasil y Perú. Por otra parte, el Yersinia Pestis esta extendido por todo el mundo ya que numerosos roedores (ratas, ardillas, perritos de las praderas, etc.) siguen siendo portadores del mismo.
Quizá por eso, los laboratorios no han dejado de buscar una vacuna. En años pasados se dispuso de una que tenia importantes efectos secundarios y una garantía de inmunidad limitada en los casos de peste bubónica y ninguna en los casos de peste neumónica. Era utilizada exclusivamente por personas que iban a tener una alta exposición al bacilo por su contacto con roedores salvajes. Pero esta vacuna parece haber sido retirada del mercado, aunque es probable que otra esté en camino. No obstante, la inexistencia de vacuna fiable no es el único problema, pues recientemente se ha informado de la aparición de casos de resistencia a los antibióticos[1], lo que nos dejaría nuevamente en situación de indefinición. Esperemos que la ciencia pueda dar un nuevo paso y mantener la esperanza de una defensa eficaz contra una de las mayores maldiciones de la humanidad.
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[1] El New England Journal of Medicine recogió uno de estos casos de multirresistencia en 1997.
La Peste Negra en la Península Ibérica
Castilla no tardó en ser alcanzada por la Peste, que llegó a su punto culminante entre los años 1348 y 1349. De este último año tenemos un testimonio en forma de epitafio[2]:
Esta lápida es un monumento
que las futuras generaciones deben conocer.
Debajo de ella se oculta un capullo,
un joven querido,
perfecto en conocimientos,
lector de la Biblia,
estudiante de la Mishnath y la Gemara.
Había aprendido de su padre
lo que su padre había aprendido de sus maestros:
el estatuto de Dios y sus leyes.
Y aunque sólo tenía quince años,
era como uno de ochenta en conocimientos.
Más bendito que el resto de los hijos -que Dios lo tenga en el Paraíso-:
El hijo de Joseph ben Turiel –que Dios le conforte-
murió de Peste en el mes de Tammuz del año 109[3]
Unos días antes de su muerte había montado su hogar
y ayer por la noche, la alegre voz de su novia y prometida
se convirtió en una voz de lamento.
Y su padre se quedó triste y dolorido.
Quiera el Dios del Cielo concederle su confort
y enviarle otro hijo para rehabilitar su alma.
(Epitafio de Asher ben Turiel, muerto de Peste en Toledo en 1349)
Alfonso XI, que moriría de Peste en Marzo de 1350 combatiendo en el sitio de Gibraltar (y teniéndola ya en grande aprieto, comenzaron los suyos a morir de pestilencia, muy reciamente), dice de ella que fue la primera e grande pestilencia que es llamada mortalidad grande. En ese momento, según el historiador árabe Ibn al-Khatimal, morían en Almería unas setenta personas diarias. Las oleadas de Peste se sucedieron durante los años siguientes (1359, 1363, 1375, 1380 y 1393) lo que supuso la mayor crisis demográfica y económica conocida de Castilla.
Aunque el campo fue mucho menos afectado que las ciudades, la nueva situación provocó grandes migraciones del campo a la ciudad dejando aquellos despoblados. Todo ello provocó un encarecimiento de los jornales de los trabajadores del campo y la disminución de las rentas señoriales que, en muchos casos, vieron como sus tierras quedaban sin trabajar. Esta disminución de rentas e incremento de salarios hizo que los terratenientes se vieran obligados a pedir a la Corona numerosas exenciones fiscales al tiempo que la burguesía era incapaz de hacer frente a sus obligaciones con los prestamistas judíos (uno de los motivos ocultos de las matanzas de judíos a los que públicamente se les acusaba de propagar la Peste para acabar con los cristianos).
Todo ello obligó al monarca castellano, Pedro I el Cruel, a reunir Cortes en 1351 en Valladolid para fijar los importes de los jornales de los trabajadores del campo y los salarios de los menestrales que se habían disparado.
La situación en el reino portugués no fue muy distinta. El fuerte retroceso demográfico provocó el desplazamiento de los campesinos hacia las ciudades, atraídos por los mayores salarios y la despoblación del campo. Así, para todos los reinos españoles, la Peste Negra marca el fin de la época agraria y el comienzo de del predominio urbano, o lo que es lo mismo, el fin del régimen feudal que es sustituido por una nueva estructura agraria que, con pocas variaciones, iba a perdurar hasta tiempos recientes.
La Peste tuvo un nuevo brote del año 1646 al 1650 que comenzó por Andalucía, (dejando Sevilla con una mortalidad de 200.000 personas, es decir, casi despoblada) y se extendió por todo el Mediterráneo hasta Barcelona. En Valencia, el conde de Oropesa mandó formar su legendario “cordón impenetrable” mientras que Barcelona se instalaban horcas en las puertas de la ciudad para ajusticiar a quienes desobedecieran las órdenes de incomunicación. La Peste alcanzó Menorca en el 1652 y, en los años siguientes, se realizaron las primeras cuarentenas en Cala’n Turqueta.
La Peste Negra: Retornos
1348: enferman 2/3 y no sobrevive ninguno.
1361: enferma la mitad y sobreviven algunos.
1371: enferma 1/10 y muchos mejoran.
1382: enferma 1/20 y la mayoría cura.[1]
Esto nos hace pensar que hacia finales de siglo, los que habían resistido los ataques anteriores de la Peste, estaban prácticamente inmunizados y, o no desarrollaban la enfermedad o lo hacían en una forma muy benigna. La epidemia nunca abandonó del todo Europa y de hecho, entre la gran Peste del siglo XIV y la que invadió Londres en 1665, se contabilizaron otras dieciséis oleadas distintas. Pero esos brotes podían considerarse como menores y, de alguna manera, la gente se había acostumbrado a convivir con la enfermedad. No obstante, en 1665 la Peste reaparece de nuevo y esta vez con tanta virulencia que la cosa fue distinta.
La epidemia había aparecido en Holanda dos años antes y los ingleses, quizás celosos de su salud o quizá de su comercio, pronto cerraron sus puertos a los navíos procedentes de los Países Bajos, mas para comienzos de 1665 la epidemia comenzó a atacar a los barrios más pobres de Londres. Dado que sólo parecía afectar a los más humildes, las autoridades no le dieron demasiada importancia. Sin embargo, ese año se presentó un verano de los mas calurosos que se recuerdan y la Peste, y el pánico, se extendieron de forma incontrolada. La nobleza abandonó rápidamente la ciudad para irse a sus posesiones en el campo, y detrás de ellos se fueron todos los que pudieron permitírselo incluidos médicos y clero que decidieron atender a sus paisanos “desde lejos”. Los caminos que salían de Londres estaban atestados de gente que quería huir, cosa que hicieron hasta que el “Lord Mayor” decidió cerrar las puertas de la ciudad y exigir un certificado de salud a quien quisiera abandonar la misma. Estas “patentes sanitarias” se convirtieron en objeto de compraventa adquiriendo precios inalcanzables salvo para unos pocos.
Hacia mitad del verano la mortalidad había subido hasta alcanzar los mil fallecimientos por día y se comenzó la búsqueda de chivos expiatorios. Los primeros rumores apuntaron a perros y gatos, ordenando el “Mayor” que fueran sacrificados. Según Daniel Defoe, en su Journal of the plague years, 40.000 perros y 200.000 gatos fueron sacrificados. Así, de una sola tacada, quedaban eliminados los principales enemigos de los verdaderos culpables (las ratas) y estas podían expandirse libremente, acompañadas por sus pestíferos inquilinos, las pulgas. Las casas de los pestosos eran selladas durante 40 días y el personal sanitario que había tenido contacto con ellos debía llevar un paño colorado para que el resto de la gente pudiera evitarlos. Incluso las cartas que salían de la ciudad eran desinfectadas, a la manera de la época, antes de continuar a su destino. La epidemia alcanzó su máxima intensidad a finales de verano, comenzando luego un lento decaimiento según las temperaturas iban descendiendo. Llegado Diciembre las muertes habían cesado aunque no fuera hasta Febrero del siguiente año cuando el rey consideró la ciudad suficientemente segura como para regresar a ella. Para entonces habían muerto 68.576 personas según los censos oficiales, aunque la cifra probable quizá se acerque a los 100.000 fallecidos.
Como suele ocurrir siempre, en los momentos de tragedia se ven los casos más llamativos de bajeza humana y cobardía y también de valor y heroísmo. Uno de los casos más destacados de arrojo y generosidad fue el ocurrido con el pueblo de Eyam (en Derbyshire) a donde llegó el contagio como consecuencia de la llegada de una partida de ropa usada procedente de Londres. Los habitantes del pueblo, liderados por su valeroso pastor, decidieron encerrarse en el pueblo sin que saliera nadie para así evitar el contagio de los pueblos vecinos. Su acto le costó la vida a 259 de los 292 habitantes del pueblo, heroicidad que todavía hoy se recuerda y conmemora.
En 1720 la Peste ataca Marsella a cuyo puerto llega en un barco procedente de Levante. Causó una mortalidad de unas 50.000 personas en la propia Marsella (de un total de 100.000) y de casi 120.000 en toda la Provenza.
La Peste volvió a rebrotar en Viena hacia 1768, a donde llegó procedente de Turquía. El doctor Sorbeit, un médico de Viena, informó al gobierno, pero como se celebraba en esos días el cumpleaños del príncipe heredero y todos los preparativos estaban ya hechos, se tomó la decisión de aplazar las medidas y continuar con los festejos. De aquella celebración los embajadores de los distintos países salieron con la Peste encima camino de sus respectivas naciones... y el rey Leopoldo quedó tan aterrado de lo que se había hecho que decidió peregrinar como penitente al santuario de Maringel, a 85 kilómetros de Viena, a donde llevó consigo a Peste, por lo que el doctor Sorbeit la llamó pestis ambulans. [2]
A partir de 1855 la Peste reapareció con fuerza, especialmente en la India y China en donde permaneció con distintas intensidades hasta 1894 y en la que murieron más de doce millones de personas. Fue aquí donde, independientemente, Alexandre Yersin y Shibasaburo Kitasato descubrieron el agente causante de la epidemia. Sin embargo, el modo de transmisión no se descubriría hasta unos años más tarde.
En 1910 hubo un nuevo brote en Manchuria con unas 60.000 muertes, que se repitió en 1920 aunque con menor importancia, y en 1994 hubo otro pequeño episodio en la India como colofón a una situación calamitosa causada por un terremoto. Hoy en día, la Peste sigue siendo endémica en numerosos países como Brasil y Perú en América, Vietnam y Birmania en Asia o Madagascar y Tanzania en África, y lo que es más, se calcula que en los propios Estados Unidos, un 40% de sus roedores (especialmente, ardillas y perritos de las praderas) están infectados con la bacteria de la Peste.
La Peste Negra: Consecuencias demográficas y económicas
La Peste Negra viene a ser el paradigma de todas las demás adversidades y responsable de una enorme mortalidad a la que ayudan las sombrías condiciones del entorno. Esta mortalidad no tuvo un reparto uniforme, como es lógico, sino que se cebó más en las zonas con alta densidad de población y en aquellas a las que las hambrunas afectaban con más intensidad, como eran las zonas urbanas. Sin embargo, a medida que las urbes se iban despoblando y las mejores fincas de los valles quedaban sin dueño, familias provenientes de zonas más pobres migraban y tomaban posesión de ellas abandonando las zonas rurales y agrícolamente menos favorecidas. Estos movimientos poblacionales hicieron que, a pesar de la mayor mortalidad habida en las zonas urbanas y en las zonas fértiles de los valles, la despoblación acabara siendo superior en las zonas de montaña donde la despoblación fue casi total y los campos quedaron yermos. Consecuencia inmediata del abandono de la agricultura en esas zonas fue el aumento del hambre.
La importancia de la Peste Negra en la despoblación de muchas zonas rurales es discutida por muchos autores, si bien estudios recientes ponen de manifiesto que las consecuencias más importantes de la gran crisis agraria (abandono de las granjas y disminución de las rentas) fueron el resultado de la Peste. En Alemania, fue la Peste la que ocasionó que en algunos lugares entre 1348 y 1352, el 66% de las explotaciones agrícolas hubiesen perdido a sus antiguos dueños y que sólo el 17% mantuviesen el mismo. Parece fuera de toda duda que sólo la Peste de los años 1348 y 1349 ha podido provocar tales cambios. Sin embargo, junto a los efectos directos de la epidemia, hay que valorar también los indirectos.
La gran mortalidad suponía, al mismo tiempo, una desorganización de las administraciones encargadas del orden, que junto a la falta de medios materiales y humanos permitía el crecimiento imparable de la delincuencia, siempre estimulada además por el hambre y la miseria. A estas condiciones de inestabilidad se unía también la falta de obreros y artesanos que abandonaban a sus señores en busca de unos salarios más altos en el mercado libre de la ciudad. La ocupación de fincas abandonadas y la enorme subida de salarios supusieron una cierta igualación social, poniendo en riesgo la propia supervivencia del sistema feudal que, a partir de aquí, inicia su decadencia.
Año 1000 -> 38 millones
Año 1100 -> 48 millones
Año 1200 -> 59 millones
Año 1300 -> 70 millones
Año 1347 -> 75 millones
Año 1352 -> 50 millones
Como resumen se puede decir que la Europa de la segunda mitad del siglo XIV sufrió una fuerte recesión social y económica de la que tardaría mucho en recuperarse. El saber en qué medida fue responsable la propia Peste y no otros factores paralelos es asunto en discusión pero, hoy por hoy, todos los historiadores aceptan que la Peste Negra tuvo una importancia enorme y fue responsable en gran parte de esa profunda crisis económica y social que afectó a la Europa de finales de la Edad Media.
Se piensa que la peste negra ha causado la muerte a unos 200 millones de personas en el mundo entero en los últimos 1.500 años.
La Peste Negra: Psicosis colectivas, las matanzas
Los rumores que corrían de boca en boca decían que la aparición de la Peste era la consecuencia de una conspiración internacional judía para acabar con la Cristiandad. Se decía que los jefes religiosos de la metrópolis de Toledo habían iniciado el complot y que uno de los principales conspiradores era el rabí Peyret, que vivía en Chambry, Savoya, desde donde enviaba a sus envenenadores por toda Francia, Suiza e Italia.
Por orden de Amadeo VI de Savoya, numerosos judíos habían sido arrestados y sometidos a tormento, bajo el cual habían confesado, lógicamente, lo que los inquisidores pretendían. Y así, bajo suplicio, unos judíos iban incriminando a otros... Las confesiones eran luego enviadas de una a otra población y, como consecuencia, los judíos eran quemados y masacrados.
El 10 de octubre del año de nuestro Señor de 1348, viernes, en el castillo de Châtel, por orden de la corte de nuestro ilustre príncipe Amadeo, Conde de Savoya, se ha llevada a cabo la investigación judicial, y exposición de cargos contra los judíos de ambos sexos que allí estaban prisioneros. Esto se hizo como consecuencia de los intensos rumores, convertidos en clamor, de que habían puesto veneno en las fuentes y los pozos utilizados por los cristianos, por lo que exigen su muerte, si es que son encontrados culpables.
Y esta es su confesión llevada a cabo en presencia de numerosas personas dignas de confianza:
El judío Agimet, que vivía en Ginebra y fue arrestado en Chatel, fue ligeramente torturado y dejado un tiempo, tras el cual fue nuevamente torturado hasta que declaró en presencia de las personas dignas de confianza que luego se mencionarán. Para empezar, quedó claro que Clesis de Ranz le había enviado a Venecia para comprar sedas y otras mercancías. Cuando la noticia llegó a oídos del rabino Peyret, éste le mandó buscar y cuando llegó, le dijo: “nos han informado de que se va a Venecia a comprar sedas y mercancías. Tenga este pequeño paquete de medio palmo que contiene veneno preparado en una fina bolsa de cuero; llévelo y distribúyalo en los depósitos y cisternas de Venecia y otros lugares para envenenar a la gente que utiliza el agua de esos pozos”.
Agimet tomó el paquete y lo llevó con él a Venecia, y cuando llegó allí, lo dispersó en la cisterna que está cerca de la casa alemana para envenenar a la gente que utiliza ese agua, que él dice que es la única dulce de la ciudad. También dijo que el rabí mencionado le prometió todo lo que deseara para llevar a cabo el encargo. Agimet también confesó más tarde que por propia voluntad salió corriendo para evitar ser capturado por los ciudadanos y se fue a Calabria y Apulia donde también envenenó los pozos. Igualmente confesó que había puesto parte de ese veneno en las cisternas de la ciudad de Ballet.
Más tarde, confesó que también había puesto algo del mismo veneno en las fuentes públicas de Toulouse y en los pozos próximos al mar. Preguntado si envenenó entonces los pozos antedichos que habían causado tanta muerte, contestó que como él había salido corriendo, nada sabía de la mortandad habida. Preguntado asimismo si los judíos de esos lugares eran también culpables manifestó desconocerlo. Y todo lo anterior lo declaró sobre los cinco libros de Moisés afirmando que todo era verdad y que no había ninguna mentira, fuera cual fuera lo que le fuera a suceder...[2]
Si la xenofobia hacia los judíos fue siempre muy importante en el mundo cristiano, durante la época de la Peste, esta se convirtió en algo absolutamente demencial. Lo de menos era ya la expulsión de los judíos de las poblaciones, como ocurrió por ejemplo en Zurich, sino la locura incontrolada de las masas que exacerbadas por los más siniestros apóstoles del horror, como los famosos flagelantes, salían a la calles en busca de culpables y no paraban hasta llevar a la hoguera a cientos, sino miles, de seres humanos como ellos.
En Estrasburgo, en un sólo día de 1349, una muchedumbre desbocada y atizada por esos propagadores del mal, lleva a la hoguera a unos 2.000 judíos. En Maguncia, donde residía la mayor comunidad judía de Europa, hay un enfrentamiento entre las masas furiosas y los judíos en la que mueren unas 200 personas. La respuesta de la plebe fue inmediata y más de 6.000 judíos fueron quemados vivos. El cantón de Basilea reunió a sus 4.500 judíos y, tras construir una estructura ad hoc en una isla del Rin, los quemó vivos a todos. Hubo pogroms en Bruselas, Dresde, Lindau, Stuttgart, Ulm, Worms y en toda centro Europa. El número de masacres registradas durante el período de la Peste alcanza las 350. Toda la Europa cristiana era una gran hoguera en la que ardían las víctimas de aquellos hombres a los que el terror había conducido a la locura.
Como se ha dicho, detrás de tanto desvarío estaban muchas veces las famosas Cofradías de la Cruz que iban de pueblo en pueblo haciendo penitencia e incitando a las gentes a acabar con quienes habían acabado con Cristo y ahora, mediante la propagación de la Peste, querían acabar con toda la Cristiandad. Algunos detenidos confesaban bajo tortura las prácticas de envenenamiento de pozos y fuentes llevadas a cabo por los judíos lo que desataba la locura colectiva. Eran unos modos de matanza y saqueo que adelantaban en siglos la propugnada solución final de los nazis. Finalmente, la violencia llegó al corazón de la Iglesia e hizo que el Papa Clemente VI prohibiera todo ataque o violencia contra los hebreos, y prohibiera asimismo la existencia de los hermanos de la Cruz, verdaderos propagadores del odio y la xenofobia.
Pero los judíos no estuvieron solos ante las turbas enajenadas, porque otros muchos fueron los acusados de querer acabar con la cristiandad mediante la propagación de la Peste. Entre ellos estaban los moros españoles y, cómo no, los leprosos (ya en 1321, el rey de Francia condenó a la hoguera a los leprosos encontrados culpables de envenenar los pozos, fueran éstos hombres, mujeres o jóvenes).
Ciertas capas de la población podían estar menos expuestas a las sospechas que otras, pero, ciertamente, nadie estaba totalmente a cubierto de ellas. En ciertos momentos la convicción popular llegó a aceptar la existencia de sembradores de Peste, personas que propagaban deliberadamente el mal terrible mediante la pintura de muros y puertas con ungüentos pestíferos obtenidos de bubones triturados.
Los sembradores llegaban generalmente de noche, desalojaban a los habitantes de sus casas, ocupaban sus hogares, sus camas, sus granjas, sus pajares, sus establos, y se marchaban al día siguiente abandonando sus elementos infecciosos y dejando un rastro de muerte a su paso.[3]
Lo más triste de todo es el pensar que muchos magistrados y algunos médicos compartían esta idea y que, ya en 1581, los parisienses obtuvieron el derecho a matar a cualquiera que encontraran sembrando el mal bubónico. Esto condujo a muchos a la hoguera por una simple sospecha o una mirada desafortunada.
En España e Italia también hubo denuncias imaginarias contra sembradores de Peste dando lugar a actos de tortura y brutalidad increíble. En Milán los infames mercenarios llamados monatti recorrían los barrios de la ciudad arrancando por la fuerza a los enfermos de los cuidados de sus familias para llevarlos a los lazaretos, recogiendo de paso los cadáveres que encontraban por el camino para depositarlos en los atestados cementerios.
En resumen, podríamos decir que aquellos que buscaban una explicación fácil de la expansión de la enfermedad la encontraron en los habituales proscritos de la sociedad. Estos podían ser los judíos, allí donde eran tolerados, o los demás grupos de miserables que como ellos fueron acusados de contaminar al pueblo llano y contra los que la violencia popular se volvió con saña inaudita.
La Peste Negra: Psicosis colectivas, los flagelantes
que nos dispense, pecadores, de los postreros Kyrieléis...
Los disciplinantes, entretanto, daban vueltas en círculo y se azotaban por parejas con unas disciplinas de correas, rematadas por delante en botones, con algunos clavos en ellos hincados, y se azotaban así las espaldas, que sangraban abundantemente[1].
Durante la epidemia de Peste los ánimos exacerbados elevaron los actos de penitencia a límites insospechados. Movimientos como el de los flagelantes (también llamados Hermanos de la Cruz o Cofradía de la Cruz) aumentaron enormemente su popularidad: mientras marchaban cantando loas piadosas, sus seguidores, con los torsos desnudos, se azotaban con látigos en señal de humildad extrema frente al juicio divino.
En realidad, la flagelación era un fenómeno antiguo y ya practicado en religiones pre cristianas como la egipcia (los seguidores de Isis), la griega (los seguidores de Dioniso) o romana (las mujeres se azotaban violentamente durante la lupercales para asegurar su fertilidad). En el cristianismo, la flagelación aparece como una forma de penitencia y auto mortificación individual desde los primeros tiempos, pero sólo hacia mitad del siglo XIII empiezan a formarse comunidades organizadas como las de Perugia (en el 1260). Estas asociaciones laicas (aunque con finalidad religiosa) adoptaron hábitos de color blanco, similares a los de otros grupos religiosos, aunque abiertos por la espalda para poder llevar a cabo sus laceraciones rituales, y se cubrían la cabeza con el conocido capuchón de forma cónica. Los grupos se ponían en procesión de una ciudad a otra animando a los ciudadanos a unirse a ellos y cantando himnos sacros mientras pedían el fin de las calamidades naturales y el perdón divino.
Inicialmente, estas comunidades tuvieron una vida más bien lánguida y una difusión bastante lenta hasta que, a mitad de siglo, la Peste invade Europa y la ataca de forma que parece vislumbrarse el fin del Mundo; entonces el movimiento alcanza su paroxismo y prolifera de manera incontrolable extendiéndose por todo el Norte de Italia, Austria y centro Europa hasta alcanzar un nivel que podríamos tildar de epidémico.
Las frenéticas orgías de violencia y barbarie, más allá de toda medida, acabaron con el orden cívico y eclesiástico y se convirtieron en un culto lúgubre y demoníaco. Los más radicales introdujeron el bautismo de sangre que sustituía a los sacramentos de la Iglesia y proclamaron a ésta como la personificación del Anticristo. Estos cultos alucinantes, llenos de magia, brujería, exorcismos y predicación de la violencia pronto se vieron a su vez perseguida por los poderes establecidos: las autoridades civiles les acusaron de violencia y desorden y las eclesiásticas, alarmadas por su negación de los sacramentos y de la jurisdicción eclesiástica, veían en ellos el origen de futuras herejías.
Los flagelantes (o disciplinantes) formaban grupos de 50 a 100 individuos que, dirigidos por un maestro, iban de pueblo en pueblo a marcha reducida, desfilando de dos en dos, delante los hombres y detrás las mujeres. Mientras sus serpenteantes procesiones avanzaban al ritmo de sus himnos y oraciones, se azotaban las espaldas desnudas con látigos de cuero en cuyos extremos llevaban cosidos objetos puntiagudos que les laceraban las carnes produciendo heridas profundas y sangrantes. Las infecciones se cebaban sobre estas heridas abiertas provocando la muerte de muchos. El “magister” hacía de confesor e imponía las penitencias, pero al mismo tiempo ofrecía una garantía de salvación. Las procesiones solían durar treinta y tres días, el equivalente a los años que vivió Cristo en la Tierra, y durante ese tiempo maldecían a los judíos y predicaban un antisemitismo activo.
Sus miembros tenían prohibido bañarse, afeitarse, dormir en camas, tener relaciones sexuales o cambiarse de ropa sin autorización. Las manos se podían lavar una vez al día, pero, para no causar ofensa, debía hacerse de rodillas. Por otra parte, cada flagelante tenía que pagarse sus propias necesidades (acaso sólo la comida, que además era más bien escasa) por lo que antes de ser admitidos en la Hermandad debían justificar su capacidad para asumir esos gastos. Como es evidente, el ascetismo de estos grupos, que fueron muy activos en Alemania y en los Países Bajos, no tenía ningún efecto sobre la Peste, al contrario, es posible que con su falta de aseo personal contribuyeran a trasladarla de un lugar a otro.
Aunque las Hermandades de la Cruz habían sido prohibidas por el Papa ya en el siglo anterior, el bajo clero mostraba una cierta simpatía por ellas lo que les permitió subsistir y expandirse. Sin embargo, una nueva disposición en el 1349 les hizo la vida muy difícil y comenzó un lento retroceso.
Un movimiento semejante a los anteriores apareció de nuevo en el Norte de Italia en el año 1399. Estaba formado por devotos que con sus hábitos blancos (fueron llamados bianchi) marchaban entonando himnos piadosos (por lo que también fueron llamados laudesi). Los bianchi llegaron a reunir a unos 15.000 seguidores, especialmente en Módena y Roma, pero, cuando uno de sus miembros fue mandado a la hoguera por el Papa, el movimiento se deshizo.
A comienzos del siglo XV reaparecieron grupos semejantes que la Inquisición dominó con prontitud (en 1414 mandó a un ciento de seguidores a la hoguera). Desde entonces los flagelantes o disciplinantes han continuado en diversos sitios, casi siempre asociados a los actos de la Semana Santa, siendo, en general, bien tolerados por las autoridades eclesiásticas.
[1] Fritsche Closener (c1315 a c1393). Fue miembro del capítulo catedralicio de Estrasburgo. Escribió hacia 1358 una crónica sobre los hechos acaecidos en la villa, entre los que incluye informaciones sobre la Peste, los flagelantes y las persecuciones a judíos.
La Peste Negra: El recuento de los muertos
En mil trois cent quarante-huit
A Nuits de cent restèrent huit.
O ...
En mil trois cent quarante-neuf
De cent ne demeuraient que neuf.
De todos modos, aunque pudieran estar algo exageradas, las cifras de mortalidad fueron enormes. Para Florencia se nos dice que morían 600 personas por día, o que de cada cinco individuos existentes al comienzo de la Peste murieron tres, o que murió un tercio de la población en los primeros seis meses y más de la mitad en el primer año, e incluso que en el retorno de la Peste en 1382 seguían muriendo de 300 a 400 personas por día.
En Venecia parece que sólo en los primeros cuatro meses (según otros autores, en el primer año y medio) pudo fallecer el sesenta por ciento de la población. En Génova se habla de 40.000 muertos, mientras que en Milán se habla de cifras que van desde los 75.000 a 137.000 muertos. Para Nápoles se habla de 60.000 muertes mientras que, en Sicilia, tenemos el caso de la villa de Trapani que quedó completamente desierta. En su conjunto, la península italiana podría haber perdido la mitad de su poblacion.
Para el caso de Francia, Guy de Chauliac nos dice que falleció la cuarta parte de la población total, lo que no parece mucho si se piensa que para Marsella las cifras alcanzan una mortalidad de las dos terceras partes mientras que en Aviñón habría habido unos 17.000 decesos. En la cartuja de Montrieux, en Provenza, de 35 religiosos existentes en la comunidad sólo se salvó uno que, curiosamente, era el hermano del escritor Petrarca. Para París disponemos de cifras que van de 50.000 a 80.000 muertes según el año en que se haga el recuento.
En otras partes de Europa la mortalidad fue similar. En Viena se nos dice que 40.000 personas murieron en muy poco tiempo y en Londres perecieron 30.000 de los 70.000 habitantes con que entonces contaba la ciudad. Para el total de Inglaterra, se calcula que en unos dos años y medio de Peste fallecieron entre un tercio y un 40% del total de la población, que por aquel entonces debía rondar los cinco o seis millones de habitantes, ello viene a representar una cifra de unos dos millones de muertos. En España las cosas no fueron muy distintas: se nos habla de una Mallorca casi despoblada, de una mortalidad del 60% para muchas comarcas catalanas, de hasta un 75% para Navarra y de un 25% para Castilla, pudiendo haber muerto en la primera oleada acaso un millón y medio de personas.
Por grupos humanos debe destacarse la mortalidad habida entre los religiosos que, debido a su forma de vida en comunidad, eran muy propensos a la transmisión de las enfermedades. Algunos datos nos dicen que en Inglaterra las bajas alcanzaron el cincuenta por ciento, en Montpellier sólo sobrevivieron siete frailes de una comunidad de 140 y en Montrieux, como vimos más arriba, de 35 sobrevivió uno. Parece que entre los propios cardenales, la mortandad sobrepasó el treinta por ciento. Esta disminución de los miembros de la Iglesia fue duradera y acaso no se volvieran a alcanzar los números anteriores hasta bien entrado el siglo XVII.
La extrapolación de las cifras disponibles al conjunto de toda Europa es una tarea muy difícil por no disponer de datos para zonas aisladas ni conocer tampoco la del total de población existente a mitad del siglo XIV. En conjunto, en la segunda mitad del siglo pudo haber una disminución poblacional de quizás treinta o cuarenta millones de personas por todas las causas. Si se supone una población para la época de unos ochenta millones, estaríamos hablando de una mortalidad del 40 al 50 por ciento. Si hemos de referirnos exclusivamente a la primera oleada de Peste (de 1347 a 1349, es posible que la mortalidad no sobrepasara el veinticinco por ciento, lo que vendría a representar unos veinte millones de víctimas. En realidad parece haber una cierta coincidencia en los 25.000.000 como cifra de fallecidos para la primera oleada de Peste. Sin embargo, cuidado, porque la suma de los muertos es para muchos sitios superior al número de los habitantes que había en el lugar.
[1] Les epidemies el les pestes. Imago Mundi.
La Peste Negra: Remedios
A las anteriores medidas, que pudiéramos llamar preventivas, se unirán las matanzas de perros y gatos como animales susceptibles de transmitir la peste aunque, que se sepa, esta medida nuca se hizo extensiva a las ratas, a las que nadie parecía tener por enemigas. Curiosas son las medidas tomadas por la ciudad de París recomendando aire puro, comida ligera, buen vino y descanso, lo que no está nada mal.
Como consecuencia de sus relaciones comerciales con las zonas endémicas de peste como era el levante mediterráneo, las ciudades del Adriático no tardaron en adoptar medidas drásticas de aislamiento basadas en el cumplimiento de cuarentenas obligatorias tanto para los viajeros sospechosos como para las propias mercancías. Estas medidas cuarentenarias pronto obligaron a la adecuación de sitios específicos donde hacerlas efectivas y que acabarían dando lugar a los primeros lazaretos (Viena y Ragusa).
En esta época se utilizaron también medidas concretas que iban de boca en boca (quizá de médico en médico) como remedios infalibles. Estas medidas eran casi siempre variaciones sobre la misma idea: rezos, ofrendas, procesiones y peregrinaciones (Compiegne ofrenda en 1453 una vela de cera de una longitud igual al perímetro de la cidad y el Consejo de la villa de Clermont Ferrand ofrenda en 1483 un cirio que debe arder noche y día delante de Nuestra Señora de la Gracia por la finalización de la Peste[1]), aunque, en algunos casos, los remedios adoptaron matices peculiares. He aquí una corta lista de auxilios tomados de “History of Epidemics and Plagues” de Paul Bugl. Universidad de Hartford (USA):
1. Quemar incienso.
2. Aromatizar los pañuelos con aceites balsámicos.
3 .Hacer sonar las campanas o disparar cañonazos.
4. Llevar talismanes.
5. Bañarse en orina humana.
6. Aplicación de sanguijuelas o sangrado directo.
7. Aplicación de sapos disecados para aminorar el dolor de los bubones absorbiendo el veneno.
8. Beber el pus extraído de un bubón supurante.
9. Tomar polvo de oro o de esmeraldas (sólo para los más ricos, claro) y, finalmente,
10. Unirse a un grupo de flagelantes.[2]
[1] Les epidemies el les pestes. Imago Mundi.
[2] Paul Bugl. Univ of Hartford (US)
[3] M.M. Benítez. Obra citada.
La Peste Negra: otras causas
Finalmente, dentro de las poblaciones, los distintos actos religiosos con sus concentraciones y procesiones colaboraban también con esa difusión interior del contagio. Y razones religiosa eran asimismo las que impulsaban a los movimientos penitenciales que iban de una ciudad a otra entonando salmos e invitando a la gente a la conversión mientras martirizaban con látigos sus cuerpos desnudos.
A pesar de que las causas primeras nunca se abandonaron del todo, poco a poco iban surgiendo unas prácticas de aislamiento e higiene que parecían dar ciertos resultados positivos. En las áreas urbanas, se ordenó el aislamiento de los infectados en casas de apestados (normalmente fuera de la propia ciudad), enterramientos de los cadáveres en cementerios extramuros con quema de las ropas de los difuntos y, en general, una cierta restricción a los movimientos de la gente y de las mercancías.
Aunque nadie en aquel tiempo llegara a elaborar una teoría válida del contagio (habría que esperar casi 200 años para que Girolamo Fracastoro anticipara una primera aproximación), la existencia de tales prácticas parece indicar la creencia en una causa próxima, difícil de explicar, pero vinculada con la suciedad y la miseria, normalmente relacionaba con el medioambiente (aires nocivos y miasmas). Es a partir de esta idea que se desarrolla la máxima cito, longue et tardo (huye pronto, lejos y tarda en volver) que, ciertamente, era bastante acertada.
La Peste Negra: Causas higiénicas
Las casas, muchas veces con paredes de adobe y cubiertas con techos de paja, tenían pequeñas habitaciones con suelos de tierra batida y, frecuentemente, con los establos en el interior. Por supuesto, todos los restos orgánicos eran evacuados al exterior llenando las calles de barro, basura y excrementos. Y, a todo esto, bañarse no sólo era imposible por falta de agua corriente sino también por considerarse presuntuoso y, casi, pecaminoso. Por supuesto, todo este mundo era el reino de ratas, pulgas, chinches...
Como curiosidad, en el año 1170, cuando se preparaba el funeral de Santo Tomás Becket en Inglaterra, se hizo un recuento de las prendas de abrigo que llevaba el Santo en el momento de su muerte y que resultaron ser:
1. Un manto largo de color marrón.
2. Una sobrepelliz de color blanco.
3. Un abrigo de lana de cordero.
4. Una "pelisse" de lana
5. Otra "pelisse" de lana.
6. El hábito negro de la orden benedictina.
7. Una camisa, y
8. Una pieza ceñida de tela basta recubierta exteriormente de lino
Por supuesto que no debía pasar frío, y tampoco es extraño que durante la preparación del ceremonial, el frío aire inglés estimulara a tantos critters que poblaban su última pieza que ésta parecía hervir como agua en un caldero[1].
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[1] "boiled over with them like water in a simmering cauldron”. Paul Bugl - Univ of Hartford (US)
La Peste Negra: Causas económicas y poblacionales
En los siglos anteriores a la aparición de la Peste había habido una situación climática favorable en Europa que junto con una mejora de las comunicaciones y, por tanto, del comercio supusieron una mejora en el nivel de vida de la población. Esta bonanza se dejó sentir sobre todo en las zonas ribereñas del Mediterráneo cuyos estados se enriquecieron, aumentaron sus tasas de natalidad y atrajeron a mucha población vecina hasta alcanzar una densidad de población muy alta para la época. Esta sobrepoblación afectó principalmente a las ciudades, en donde la gente vivía amontonada en espacios muy reducidos, lo que favorece la rapidez de cualquier contagio.
Sin embargo, las condiciones de bonanza climática parecen haber cambiado tras el primer tercio de siglo con la aparición de una pequeña “edad de hielo” (en palabras de Paul Bugl, de la Universidad de Hartford) con un ambiente más frío y húmedo de lo normal. Esto supuso un empeoramiento de las cosechas y, por tanto, un empeoramiento alimenticio que se dejó notar en la salud general de la población. El conjunto de sobrepoblación, mala alimentación, humedad ambiente y bajas defensas personales consecuencia de la mala salud forman un combinado extraordinariamente rico en el que desarrollarse la Peste. Pero hay otro factor no menos importante que es el aumento alarmante de roedores como consecuencia de las condiciones antedichas. Estaba pues bastante claro que esas primeras bacterias llegadas de Oriente como habían llegado otras muchas veces antes, ahora iban a desarrollarse de forma mucho más virulenta y con resultados catastróficos.
Por otra parte, la sobrepoblación tiene unos efectos decisivos en la velocidad de propagación del contagio, e incluso, en su mantenimiento; y si las ciudades no alcanzan una cierta población umbral (que algunos han cifrado en unas 250.000 personas), el desarrollo del contagio parece ser demasiado lento para dar lugar a una epidemia, llegándose a una situación de equilibrio entre anfitrión y huésped que coevolucionan de forma conjunta. Este equilibrio es el que suele aparecer en las zonas endémicas de cada enfermedad y que, periódicamente, bien por mutación del patógeno bien por cambio de las condiciones ambientales, se rompe dando lugar a un nuevo brote epidémico.
Pero la propagación de la Peste depende también de su tasa de mortalidad. Normalmente una tasa de mortalidad muy alta tiende, como ocurre con la variante pulmonar, a provocar una muerte tan rápida (en horas) que muchas veces el contagiado muere antes de haber tenido ocasión de contagiar a otra persona. Es decir, cabe la posibilidad de que, si la Peste se presentara sólo en su variante más letal, no pudiera progresar adecuadamente y se auto extinguiera, provocando curiosamente menos muertos que la variedad bubónica que tiene una letalidad inferior.
De lo anterior se deduce que la sobrepoblación europea a principios del siglo XIV influyó decisivamente en la propagación de la epidemia tanto por empeoramiento de las condiciones sanitarias como por su influencia sobre la velocidad de transmisión y la tasa de mortalidad.
La Peste Negra: Causas exóticas
Pero la realidad era terca, y los muertos aumentaban tanto entre los hombres de bien como entre los pícaros, entre creyentes como no creyentes, sin que ni los pecados de unos ni las virtudes de los otros influyeran lo más mínimo.
Los cometas: Quizá lo anterior hizo que algunos volvieran sus ojos hacia los fenómenos naturales como responsables de sus males, pero sin por ello abandonar el cielo. Ningún eclipse apareció aquellos días que sirviera de explicación para tanta desgracia, pero de viejo se sabía que los cometas eran causa de numerosos males: “Cometa apparuit, et dira fames subsecuta est” y, también: “Cometes horribili specie flammas hac illacque jactans in australi parte coeli visus est. Sequenti anno fames et mortalitas gravissima per totum orbem factae sunt [1], así que, si causaban hambre y muerte, ¿por qué no iban a ser también los causantes de la Peste?
Los terremotos, que según algunos habrían liberado vapores insalubres y miasmas desde las profundidades, eran otra de las causas posibles. Esos vapores habrían provocado también la corrupción del aire, lo que hacía ineficaz cualquier medida de precaución o higiene.
Las constelaciones, al estilo aristotélico, eran otra posibilidad barajada por los expertos de entonces. Así, una comisión formada a petición del rey Felipe de Valois en la facultad de medicina de París para estudiar las causas de tamaña pestilencia, concluyó lo siguiente: Dicamus igitur quod remota causa et primeria istius pestilentie fuit et est aliqua constellatio celestis.
Pobres, frailes, leprosos y judíos: Y para cuando las explicaciones anteriores no eran suficientes, siempre quedaba la solución última e infalible que, como en la película Casablanca, consistía en culpar a los sospechosos habituales. Así, el rey Felipe V de Francia manifiesta que en Aquitania les lépreux, unis aux Juifs, empoisonnent les puits, les fontaines, les rivières, soit au moyen de substances vénéneuses, soit à l'aide de maléfices. A partir de esta afirmación, las causas (o mejor, los culpables) están claras, y lo que va a ocurrir es fácil de adivinar.
[1] Esta y las siguientes citas de esta página están tomadas de la enciclopedia “Imago Mundi”.
[2] Guy de Chauliac: Eminente cirujano francés nacido en Aviñón hacia el año 1300. Fue médico de tres papas y escribió una obra titulada “Chirurgia Magna” que sirvió de manual de cirugía durante más de tres siglos. Murió en Lyon en 1368.
La Peste Negra: Difusión
Sin embargo, por alguna razón desconocida, ese equilibrio se rompió hacia el año 1330 y el contagio comenzó a extenderse entre los habitantes de la China Oriental, mucho más poblada y, por tanto, con una mayor velocidad de transmisión. A partir de aquí, la Peste siguió las tradicionales rutas comerciales que conducían hacia el Oeste. Hacia 1545 parece que había alcanzado el Volga, hacia 1346 invade Astrakán y el Cáucaso y llega hasta Constantinopla. Egipto y el bajo Nilo sucumbirían al año siguiente, mientras la India y el actual Oriente Medio eran también devastadas a finales de ese año. Luego la terrible marcha continuaría hasta Chipre, Sicilia e Italia (invierno de 1347), Marsella (enero 1348), París y Países Bajos en el verano de ese mismo año, Noruega hacia mayo del 1349, Europa del Este en 1350 y, finalmente, Rusia en 1351. Para entonces, la pulga y su compañero interno, el Yersinia Pestis, eran ubicuos y dueños del mundo conocido.
En aquella época, Kaffa era uno de los extremos de las rutas caravaneras que procedían de China, y hasta allí llegaban los mercantes genoveses en busca de las exóticas mercancías. En cuanto se declaró la Peste, los mercantes partieron rápidamente en diez (o quizá, doce) barcos que pusieron rumbo a Italia. En octubre de 1347 las primeras tripulaciones enfermas empiezan a desembarcar en Mesina y, posteriormente, en Sicilia extendiendo la epidemia. Parece que los magistrados de las ciudades incomunicaron las naves, mas, como es obvio, eso no tuvo demasiado efecto en la colonia de ratas y pulgas que les acompañaban. En menos de dos meses la mitad de la población de Mesina había fallecido y la Peste se extendía hacia otros puertos italianos e, incluso, hacia ciudades del interior diezmando sus poblaciones.
Parece ser que fueron algunas naves de la misma flota genovesa las que llevaron la epidemia a Marsella en enero de 1348 creando un nuevo núcleo de difusión que se extendió hacia España (Corona de Aragón y Castilla) y por la Provenza, el Languedoc y Norte de Francia. Londres fue alcanzado en diciembre de 1348 y, a continuación, toda Inglaterra que, con una población estimada de unos cinco millones de habitantes, debió perder a una tercera parte de ellos. La expansión continuó luego hacia centro Europa y Escandinavia para, finalmente, alcanzar Rusia. Sólo regiones muy concretas pudieron escaparse total o parcialmente a sus devastadores efectos: Los Países Bajos, el Béarn, Franconia, Bohemia, y Hungría.
Se pensaba entonces que los monjes mendicantes, los peregrinos, los soldados que regresaban a sus casas eran el vehículo para la introducción de las grandes epidemias de un país a otro. Esto pudo ser en parte cierto, pero sin duda el comercio fue más peligroso ya que los barcos llegaban a puerto y descargaban junto con las mercancías las ratas infectadas procedentes de países donde la enfermedad era endémica. Este fue sin duda el medio mayor de difusión.
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[1] Quizá deba ser considerada esta como una de las primeras manifestaciones de guerra bacteriológica.
La Peste Negra: la Yersinia Pestis
Su “reservorio” natural lo forman las pulgas (Xenopsylla cheopsis) de la rata negra que son también parásitos de otros muchos roedores como las ardillas, ratones del campo, perritos de las praderas, etc. Tras la muerte de su anfitrión, las pulgas buscan otro de inmediato, aunque pueden sobrevivir varios días en los nidos abandonados de estos roedores así como en balas de productos textiles.
Normalmente las pulgas mantienen con los roedores un cierto equilibrio que a veces se rompe cuando, a causa de una gran proliferación del bacilo en la pulga, esta regurgita sangre infectada que llega al roedor causándole una infección mortal. Entonces la pulga abandona a su anfitrión y busca otro entre los animales más próximos de sangre caliente. Si ese nuevo anfitrión es humano, al ser picado por el parásito quedará infectado. De uno a cinco días después, los nodos linfáticos de axilas e ingles se ablandan e hinchan hasta alcanzar el tamaño de un huevo. Estas hinchazones dolorosas reciben el nombre de bubas[4], y pueden supurar expulsando un pus particularmente fétido. A veces se infectan y el área de la picadura se vuelve gangrenosa y acaba en necrosis.
Además de las bubas, la enfermedad se caracteriza por desasosiego, confusión mental, postración, delirio, pulso rápido, náuseas, dolor de espalda, dolor en las extremidades y fiebre alta (más de 40º C). Luego, pueden ocurrir dos cosas: si la fiebre remite, normalmente ello supone que el sistema inmunitario ha ganado la partida al bacilo patógeno con la correspondiente mejora del enfermo; por el contrario, si la fiebre continua, la infección se extiende a la sangre causando septicemia y la muerte.
Según va pasando de uno a otro individuo, la enfermedad puede exacerbarse y convertirse en una modalidad más virulenta, afectando a los pulmones y produciéndose luego el contagio a través de las micro gotas de saliva que se lanzan al exterior con toses y estornudos. Esta versión de la Plaga con contagio producido por la respiración, llamada Peste Neumónica, tiene una mortalidad del cien por ciento y la muerte suele ocurrir en cuestión de horas.
Los tratamientos actuales suelen combinar distintos antibióticos entre los que están la Estreptomicina, gentamicina y tetraciclina, pero no la penicilina que es totalmente ineficaz. En todo caso, el tratamiento no suele ser efectivo si se aplica pasadas más de dieciocho horas.
Sin embargo, a la tesis de la no concordancia entre el período de incubación y la velocidad de contagio podrían contraponerse otros muchos argumentos. En efecto, hay numerosos casos de velocidades de propagación alta con periodos de incubación pequeños en poblaciones que previamente no han sido expuestas al contagio, mientras que esta velocidad de propagación desciende para sucesivas oleadas de la misma epidemia. Por otra parte, la peste rebrotó continuamente hasta tiempos modernos en que fue identificada la Yersinia Pestis, siendo considerada siempre la misma enfermedad y con iguales síntomas. Queda en todo caso la duda que viene a demostrar lo mucho que todavía falta por investigar.
...Si traspasamos los umbrales de este templo, sólo se ofrece a nuestros ojos el espectáculo de los muertos o moribundos transportados de aquí para allá; nos cortan el paso infames expulsados de la ciudad en otro tiempo por sus crímenes, y que hoy se aprovechan del sueño de las leyes para atropellarlas nuevamente. Vemos a los más redomados pícaros de Florencia (los cuales con nuestra sangre, se hacen sepultureros) cabalgar en todos los barrios, y reprocharnos por medio de canciones deshonestas nuestras pérdidas y desdichas; en fin, por todos lados sólo oímos estas o semejantes palabras: “Este y aquel son los muertos, el de acá y el de allá van a morir”; y a existir todavía algunos ciudadanos de corazón sensible, llegarían a nuestros oídos sin cesar quejas y gemidos. Ignoro si os pasa lo que a mí; pero sí sé deciros que cuando penetro en mi casa y sólo encuentro a mi criada, me da tal miedo que los cabellos se me erizan. A cualquier sitio que me dirija me parece ver la sombra de los muertos, no con el rostro que tenían en vida, sino mirándome horriblemente y con facciones odiosas, que han adquirido no sé dónde. En ninguna parte puedo disfrutar un momento de reposo.[6]
[1] Basado en “course material; Paul Bugl - Univ of Hartford (US)”
[2] Se calcula que el bacilo de Yersin puede ser responsable de unos 100 millones de muertes a lo largo de la historia.
[3] La rata negra, también llamada rata de barco, provenía de la India y llegó a Europa en la edad media. Necesita un ambiente cálido para desarrollarse, por lo que se adaptó a la vida en zonas urbanas y en los barcos. Cuando llegaron épocas un poco más frías, hacia el siglo XVII, fue siendo sustituida lentamente por la rata marrón, de procedencia nórdica, que es la actual rata de alcantarilla.
[4] Del griego bubo, que significa ingle.
[5] Norman F. Cantor. In the wake of Plague. 2001
[6] Giovanni Boccaccio. El Decamerón. Editions Ferni.
La peste negra: descripción sucinta
- Neumónica: afecta al sistema respiratorio y puede esparcirse por el aire.
- Hemorrágica: también es causada por las pulgas aunque, generalmente, es el resultado de la peste bubónica o neumónica que afecta al sistema sanguíneo.
Síntomas:
Tratamiento:
- La peste hemorrágica es causada por mordeduras de pulgas o como resultado de la peste bubónica o neumónica. No existe el contagio de persona a persona.
¿Existe una vacuna? No, como ya se comentó, de momento no existe vacuna.