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Llega a Italia y Grecia procedente de Egipto y devasta todo el imperio. Fue descrita por San Cipriano, obispo de Cartago, con las siguientes palabras: “Comienza con un agotador flujo de vientre… Los enfermos se quejan de un calor interno insoportable. Aparece luego una angina dolorosa, vómitos acompañados de dolores internos, ojos inyectados en sangre. En muchos enfermos los pies y otras partes son alcanzados por la gangrena…” Unos perdían el oído y otros la vista. En Roma y en algunas ciudades griegas la mortalidad alcanzaba las 5.000 personas por día.
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