Restos del castillo de Santa Águeda
--Musa ben Nusayr conquista Cartago en el año 698 y, desde ese momento, la flota musulmana se hace dueña del Mediterráneo Occidental. Las incursiones de rapiña son numerosas, y los cronistas hablan de irrupciones en Sicilia, Cerdeña y en las propias islas Baleares que, tras el abandono de Bizancio, quedan absolutamente desamparadas y sin más defensa que la proporcionada por sus propios medios. En el 707, el hijo del conquistador de Cartago (ahora gobernador de Ifriquiya) llega a las Baleares y consigue firmar con los poderes fácticos del archipiélago un tratado de paz por el que acceden pagar un impuesto a cambio del mantenimiento tanto de las estructuras socioeconómicas y políticas como religiosas de las Islas. A partir de este momento, las fuentes árabes dejan de hablar de las Baleares que, al menos teóricamente, seguían dependiendo del Califato aunque, en la práctica, disfrutaran de una autonomía absoluta.
Dada la posición ocupada por el archipiélago, la piratería había tenido siempre un carácter endémico y era practicada por los nativos tanto contra barcos musulmanes como, en menor medida, contra barcos cristianos. A estos saqueos de embarcaciones contestaban los musulmanes con razzias sobre territorio balear ante las que poco podían hacer sus habitantes. Dado que los reinos cristianos peninsulares aún estaban por nacer, parece que las autoridades del archipiélago pidieron ayuda a los francos de Carlomagno quien, según los Annales Regni Francorum, intervino en el 798 para acabar con las incursiones sarracenas, objetivo que, lógicamente, no logró.
Con la intervención o sin la intervención de las dudosas fuerzas navales de Carlomagno, lo cierto es que la piratería siguió siendo la primera actividad de los isleños durante los siglos VIII y primera mitad del IX, atacando tanto a los barcos musulmanes como, en menor medida, a los cristianos. Esto va a obligar a la naciente flota de Al Andalus a intervenir en el año 848 para tratar de eliminar el saqueo de embarcaciones, forzando nuevamente a las autoridades isleñas a ratificar el pacto de paz y sumisión al Islam. No obstante, las autoridades cordobesas no imponen una incorporación efectiva a su jerarquía y el archipiélago mantiene su independencia.
Pero los musulmanes no eran las únicas amenazas, pues a ellos se unían frecuentemente los normandos. Según el Cronicón de Sebastián de Salamanca, los normandos atacaron las islas en el año 859 causando enormes daños materiales y humanos hasta el punto de dejarlas casi deshabitadas. La destrucción final de las basílicas paleocristianas debió de ocurrir en esta época y a manos de aquellos rudos hombres del Norte. La situación de despoblación debió ser tal que las iglesias baleáricas pasaron a depender de la diócesis de Girona (tal vez por ello, del pequeño Condado de Ampurias vinieron las únicas ayudas).
A medida que el emirato de Córdoba adquiría una mayor proyección sobre el Mediterráneo Occidental, las Baleares fueron adquiriendo un mayor interés estratégico que les condujo a la decisión definitiva de sustituir el pacto de sumisión por una dominación efectiva y, en 1003, una escuadra cordobesa al mando de Isam al-Jawani aprovecha la desestabilización ocasionada por las incursiones normandas y desembarca en Mallorca. La resistencia ofrecida por la población fue notable, mas nada impidió la conquista de las Islas y, a partir de aquí, su historia es la propia de los reinos musulmanes peninsulares. En el año 1045 las islas se incorporan al reino taifa de Denia que hacia 1059 fue conquistado a su vez por los gobernantes de Zaragoza. En este momento, el gobernador de Mallorca proclamó la independencia del archipiélago formando el Reino Independiente de las Islas Orientales. Pero la independencia no duró pues, con el fin de atacar la piratería, una escuadra pisana y catalana ataco las Islas. Tras un largo asedio de la ciudad de Palma, los cruzados tomaron las islas, liberaron a los cautivos y, tras repartirse el botin, regresaron a sus lugares de origen dejando a las Islas en total estado de desgobierno. Fueron los almorávides los encargados de imponer un cierto orden, ahora más duradero.
Con el dominio árabe, Menorca, al igual que las otras islas, sufrió una transformación profunda que dio lugar a una nueva sociedad mucho más articulada y compleja. Su situación ventajosa la convirtió en centro del comercio andalusí hacia el Mediterráneo, lo que impulsó la economía y permitió la introducción de novedades agrícolas que mejoraron la situación de las gentes del campo y dieron lugar a una fuerte recuperación demográfica.
Los musulmanes dieron a Menorca el nombre de Menurka y establecieron su capital en la antigua Jammona a la que ahora llamaron Medina Menurka. Al frente de la Isla pusieron a un gobernador o almojarife que tenía su residencia en lo que hoy es el palacio municipal. La Isla fue dividida en cuatro distritos a los que dieron los nombres de Hasmaljuda (Torre Llafuda), Bini Saida, Binifabini y Alscaions. Las dos principales ciudades estaban fortificadas aunque la seguridad de la Isla la confiaron al castillo roquero de Sent-Agayz (Santa Águeda) gobernada por un caíd.
Salvo algunos restos de la fortaleza antes citada (muy mezclados con otros de distintas épocas), los musulmanes nos han dejado muy pocos recuerdos monumentales. Quedan restos del minarete de la antigua mezquita en la parte baja del campanario de la catedral de Ciutadella, con la típica rampa musulmana en vez de escalera, y se dice que también es de procedencia árabe el callejón cubierto de arcos llamado Es Pont d’es General, en Maó. Sin embargo, sus aportaciones a la agricultura fueron numerosas impulsando los primeros sistemas de riego con la introducción del molino de viento o la noria y mejorando la explotación de las tierras.
Tras la conquista de Mallorca por el rey Jaime I el Conquistador en 1229, Menorca fue hecha tributaria del reino mallorquín, pues los musulmanes, viendo imposible ofrecer una cierta resistencia armada, optaron por pactar con el rey aragonés.
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