viernes, 14 de agosto de 2009

Menorca: Vándalos y Bizantinos

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En los últimos siglos del Imperio Romano, Europa se había convertido en un gran campo de juego en el que, como fichas de dominó, unos pueblos iban empujando a otros hasta ponerse todos en movimiento. Los godos se iban hacia el Este llevándose por delante a los vándalos, pero ambos eran rechazados por los hunos (procedentes de las estepas centroasiáticas) y los alanos (procedentes de las planicies iranias). Los godos se dividieron, y mientras su rama oriental (ostrogodos) era aplastada por los hunos, sus hermanos occidentales (los visigodos) se dirigieron hacia poniente arrastrando por delante a vándalos y alanos, y topándose de camino con los suevos y los francos. En el medio quedaron alamanes, bávaros y lombardos, mientras anglos y sajones se dirigieron hacia el Oeste, hacia las Islas Británicas. Y todos ellos chocando una y otra vez con el Imperio, federándose unas veces, rebelándose otras, infiltrándose siempre; creando destrucción, hambre y pillaje.
En la vieja Hispania entraron suevos, vándalos y alanos como cogidos de la mano, y detrás de ellos, pisándoles los talones, aquellos visigodos de larga historia. Dicen que, en aquel famoso reparto histórico, a los gallegos le tocaron los suevos, y que los alanos se quedaron entre Toledo y Salamanca, mientras los temibles vándalos se repartieron entre la Gallaecia y la Bética. Lo cierto es que pronto empezaron a guerrear entre ellos, y el Imperio, en su afán por aplacarlos, sólo consiguió salir derrotado y permitir el acceso de los vándalos a los puertos de la Bética desde donde, tras arrasar Cartagonova y hacerse con una gran flota, se dedicaron a la piratería. Era el año 425 y, desde este momento, las Islas Baleares quedaron al alcance de los temibles vándalos con su rey Gunderico al frente.

Roma poco podía hacer. Tenía un emperador de sólo seis años (Valentiniano III) que había llegado al poder gracias al apoyo que su primo Teodosio II le prestaba desde Constantinopla y que gobernaba con la inestimable ayuda de su madre (la famosa Gala Placidia). En Cartago estaba de gobernador el general Bonifacio, al que Aecio había alejado de Roma, y que posiblemente invitó a los vándalos a África para utilizarlos en contra de su rival. Por supuesto que Bonifacio se arrepiente pronto, mas, para entonces, ya sus invitados se entretenían en ahogar la ciudad en sangre, pasando a cuchillo a sus habitantes y desmantelando sus fortificaciones para que nunca pudiese rehacerse ni ser un foco de resistencia. Los vándalos no eran guerreros de fortalezas y guarniciones, sino jinetes alanceadores y nómadas, que se manejaban bien evolucionando por los campos, por lo cual no necesitaban encastillarse en las ciudades y por ello su mejor política estratégica era arrasarlas[1].

Tras algunos reveses, Genserico, el nuevo rey de los vándalos, decide abandonar la Bética e instalarse en las fértiles tierras africanas. Desde aquí continua con sus expediciones de rapiña, especialmente sobre Baleares y Sicilia, y a la espera de nuevas oportunidades que los ineptos gobernantes del Imperio no tardarían en proporcionarle.

Parece ser que, en el 455, Valentiniano III (ahora ya crecidito) ofendió a la esposa de un tal Petronio Máximo, que pronto encontró una ocasión para matarlo y proclamarse nuevo emperador. Además, para dignificar su nuevo puesto, no dudó en casarse con la viuda de Valentiniano que no era otra que la famosa Eudoxia[2]. Ésta no estaba muy de acuerdo con la idea por lo que no se le ocurrió sino pedir ayuda al hombre más peligroso del momento, es decir, al vándalo Genserico. Éste, un tanto apurado en tierra por la presión de los reinos mauritanos, mantenía sin embargo su extraordinaria flota con la que ejercía la piratería, y no necesitó que Eudoxia le repitiera la invitación. Pronto sus barcos enfilaron el Tiber sembrando el terror. Máximo intentó huir pero una muchedumbre le cortó el paso y lo asesinó. Si los visigodos casi dejaron Roma como estaba, los vándalos hicieron honor a su nombre y durante dos semanas arrasaron y pillaron todo lo que encontraron.

El cenit del poderío vándalo en África y en el Mediterráneo se alcanzó en el verano del 474, cuando se firmó la paz perpetua con Constantinopla en virtud de la cual se reconocían su soberanía sobre las provincias norteafricanas, las Baleares, Sicilia, Córcega y Cerdeña.

Aunque las noticias sobre la presencia de los vándalos en Menorca son muy escasas, la situación general descrita nos hace suponer las dificultades sufridas durante ese tiempo. Los vándalos eran arrianos y sentían un odio especial por los católicos, lo que provocó la quema de las primeras basílicas (Son Bou, por ejemplo) y la persecución sistemática de sus habitantes. Su obispo fue llamado a Cartago y quizá no regresó.

Pero Justiniano decide unificar nuevamente el Imperio y cuenta para ello con un ejército bien preparado y excelentes mandos. Belisario, el mejor estratego romano, parte para el Norte de África con 15.000 soldados y toma Cartago (cuyo rey Gelimer combatía en ese momento en Cerdeña) en el año 534. Belisario respeta la ciudad, se granjea las simpatías de la población local y, para cuando regresa Gelimer, lo derrota definitivamente y lo lleva a Constantinopla para que desfilara en su triunfo. Luego se le permitiría retirarse a la Galia, donde se le dieron tierras, acompañado de su familia, y los vándalos se diluyeron entre la población local y desaparecieron de la historia.

Realmente, cuando hacia el 534 Belisario conquista el reino vándalo de Cartago y uno de sus comandantes (quizá un tal Apollinarius) organiza una expedición y toma las islas Baleares, la población local debió sentir un gran alivio.

En esta época Menorca debió formar parte de una "eparquia" formada por la Península, las islas y la zona de Septem (Ceuta y aledaños) que, a su vez, dependía del exarcado africano de Cartago. Algunos restos de mosaicos (como los de l’Illa del Rei o Fornás de Torelló) y la pila bautismal de Son Bou nos recuerdan este período en el cual Menorca perdió importancia y, hasta la llegada de los árabes, desaparece de los textos clásicos.

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[1] Se trata de Licinia Eudoxia, hija de Teodosio II y de Aelia Eudocia y, a su vez, madre de Eudocia, la esposa del vándalo Hunerico, el hijo de Geiserico. Otra Eudoxia conocida fue la esposa de Arcadio llamada también Aelia Eudoxia. Las grafías pueden variar.

[2] Juan Soler Cantó. Leyendas de Cartagena.

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